viernes, 22 de marzo de 2013

Crusaders of the Amber Coast (Sesión 4)


Solo en la espartana celda que ocupaba en el fuerte, Lucien podía sentir como le hervía la sangre, de rabia y frustración. Estaba furioso, pero no tenía nada contra lo que descargar su ira. El komtur había sido explícito en sus instrucciones: Nada de represalias contra los livonios. Sin duda, tales palabras salvaron la vida de alguno de los habitantes del Ascheradan, pues Lucien deseaba derramar sangre con la que lavar la afrenta sufrida. Hoy no quería mostrar la cruz, sino blandir la espada.

Aizkrauklis y su hija les habían manejado, y por su culpa, habían provocado una lucha entre uno de los monjes guerreros y el caballero danés llegado hacía pocos días…

El komtur les había mandado reunir, recordó Lucien, cuando él mismo estaba a punto de salir del fuerte en una de las patrullas periódicas con las que los Hermanos de la Espada protegían sus dominios. Al parecer, iban a recibir una visita. Un caballero danés, un tal Ser Anders, vendría desde Dorpat, al norte. Nadie podía saber cuál era el motivo de la visita, ni que haría un cruzado laico allí. Con el invierno casi encima, la mayoría de cruzados que se llegaban hasta tierras bálticas volvían a sus tierras, para tal vez regresar el próximo año.

Lucien cumplió sus deberes en el feudo durante unos días. Cuando regresó a Ascheradan, el Hermano Adam le puso al corriente de lo ocurrido. Al parecer, Ser Anders, que había alcanzado el fuerte, con una pequeña comitiva de hombres de armas, al día siguiente de la partida de Lucien, había viajado tan lejos con la intención de contraer matrimonio. Nada menos que con Spidala, la hija de Lord Taksis Aizkrauklis, el antiguo señor de estas tierras, en tiempos anteriores a su conquista por los Hermanos de la Espada. No había petición de mano todavía, ni el noble livonio o su hija sabían de las intenciones del danés, al que ni siquiera conocían. Pero Ser Anders había llegado a convencerse de que su boda era algo inevitable.
 
Como se había reído Lucien al enterarse, recordó. Se había carcajeado mientras se palmeaba las piernas. Hasta el joven Adam, por lo general un tanto serio, se había contagiado de su risa. Anders debía de haber oído tanto sobre la belleza de Spidala, que realmente era impresionante, como sobre su fortuna, como única heredera de las riquezas de su padre. Un buen partido para un caballero cruzado, a buen seguro hijo segundón sin tierras propias ni fortuna.

Pero la situación dejaba un problema para los Hermanos de la Espada. Como señor de las tierras de Ascheradan, el komtur debía dar su aprobación a cualquier matrimonio, cosa que le ponía en una posición difícil. Si presionaba para que el danés viese cumplidos sus deseos, podría ponerse en contra a los nativos, cosa que no deseaba hacer. Pero dar su apoyo a la previsible negativa de Lord Aizkrauklis podía significar problemas allá en Riga y Dorpat, cuyos obispos no verían con buenos ojos, de eso Lucien no tenía ninguna duda, el que se hubiera perdido la oportunidad de poner legalmente a buenos cristianos a la cabeza de familias nobles livonias cuya sinceridad en la conversión al cristianismo era, en el mejor de los casos, discutible.

Para evitar posibles altercados, le había contado Adam, el joven caballero se había ofrecido para presentar la petición de mano en nombre de Ser Anders. El komtur accedió, aunque había encargado al deán de la fortaleza monasterio que le acompañase. Así que Adam y Roger de Lubeck se habían entrevistado con Lord Aizkrauklis en la rica casa que éste poseía en el pueblo.

La conversación había ido bien. Adam se encargó de dejar bien claro la postura del komtur sobre apoyar la decisión que tomase Aizkrauklis al respecto. Incluyó, en un acto de caballerosidad, que él mismo protegería a los livonios sobre cualquier posible represalia que los daneses trataran de cometer, si la respuesta que recibieran fuese negativa. Lord Aizkrauklis y su hija no parecieron mostrarse muy molestos con la noticia, empero. En su lugar, decidieron conceder al danés la oportunidad de hacer la petición de mano y ofrecer los regalos que traía para endulzar su caso. Esa misma noche podrían celebrar un banquete en el que podrían oír la petición de matrimonio de boca del propio Anders.

Fue entonces cuando Lucien regresó a Ascheradan, enterándose de lo que ocurría.

Lo ocurrido después había puesto de manifiesto el rencor que el viejo livonio mantenía por sus conquistadores, un rencor que no se había visto atenuado ni lo más mínimo pese a las apariencias, y pese a los intentos del komtur por suavizar la situación. Aizkrauklis era orgulloso, y al parecer no podía olvidar la muerte de sus hijos ni la pérdida de su fortaleza, pese a haber aceptado el bautismo y la reconciliación formal con la Hermandad de la Espada.

Cuando esa misma noche, los daneses acudieron a la cena a la que habían sido invitados, Adam les acompañó, junto con su propio séquito, su escudero Zemvaldis y esa joven de tan buen ver, Tekla. Iban en representación de la orden, pues Wilfred von Bremen no deseaba acudir, temeroso de que su presencia pudiese ser interpretada como un insulto, y desbaratar un asunto tan delicado.

Para el caso, pensó Lucien con amargura, el komtur podría haber acudido con la espada en la mano, pues eso no habría empeorado lo ocurrido. Recordaba bien como, cuando estaba ya acostado, había oído el estrépito que se organizó en la fortaleza un rato después de la salida de los invitados al banquete. Zemvaldis había regresado a toda prisa, corriendo como un poseso, pidiendo ver al komtur. Alarmado, Lucien había comenzado entonces a armarse, temiéndose lo peor.

Los livonios no se habían limitado a dar una negativa, había contado Zemvaldis. Lord Aizkrauklis y su hija habían insultado gravemente al pretendiente, despreciándole a él y a sus regalos (una pequeña fortuna en plata, más una loriga de mallas y una espada noruega con una empuñadura adornada con oro y plata), y sólo la interposición del hermano Adam había evitado el derramamiento de sangre en ese mismo momento y lugar. Los daneses, enfurecidos, habían aceptado aguardar la llegada del komtur fuera de la casa de Aizkrauklis. Pero habían dejado bien claro que no iban a aceptar el insulto sin más. Habrían de tener su reparación, la afrenta se limpiaría, aunque fuese con sangre.

Wilfred y Lucien, además de algunos hombres de armas del fuerte, acudieron tan rápidamente como les fue posible. Al llegar, encontraron a un atribulado Adam presa de sus propias palabras; Pues Spidala se negó a retractarse de lo dicho, reafirmándose en el insulto proferido, nada menos que “bastardo”, dedicado a Anders, lo que eran palabras muy graves, tratándose de un noble. El danés, furioso, había exigido su derecho a defender su honor en un juicio de Dios. Puesto que Adam había empeñado su palabra en proteger a los Aizkrauklis contra las posibles represalias de los daneses como resultado de una negativa, no tuvo otro remedio que erigirse en defensor de Spidala.

Aizkrauklis había actuado con astucia, meditó Lucien. La situación sólo podría ser en detrimento de los Hermanos de la Espada. Si Anders vencía, Spidala habría de retractarse de sus palabras, y pagar tal vez una compensación por el insulto, pero a cambio, tal vez uno de los monjes guerreros sería gravemente herido, tal vez incluso muerto. Si el vencedor resultaba ser Adam, el komtur habría de explicar al obispo Nicholas, a buen seguro, porque los caballeros de Ascheradan habían tomado partido por los livonios frenando las intenciones de un cruzado de probado valor.

El combate  había sido realmente duro, pero tras el intenso intercambio de golpe y contragolpe, fintas, derribos y varias heridas de diversa consideración, el germano había resultado vencedor. Anders tuvo que soportar la vergüenza de ver su nombre arrastrado por el fango, mientras Spidala agradecía a su defensor la merced que le había concedido.

Al menos no hubo que lamentar muertes, pensaba Lucien. Roger había tratado con habilidad y fe las heridas del danés, que no tendría que lamentar más que una nueva cicatriz en el brazo del escudo. Éste, sin duda, marcharía pronto, y palabras de lo ocurrido no tardarían en llegar hasta los oídos del obispo. Pronto habría que rendir cuentas por lo ocurrido.

Pensando en algo menos negativo, las arcas de la fortaleza estaban comenzando a llenarse, según Lucien había oído decir a Roger aquella misma tarde. Zemvaldis, a quien el deán había confiado la labor de crear una relación comercial con Riga, parecía estar haciendo un buen trabajo. Un representante del gremio de comerciantes de la ciudad había acudido hacía unos días, para negociar la compra de las mercancías que el fuerte había acumulado los últimos meses. Si la transacción iba bien, el acuerdo podría estabilizarse, lo que haría que el dinero fluyese hacia Ascheradan. Lo necesitaban, eso seguro. El fuerte habría de ser convertido en castillo de piedra, si los cruzados querían una verdadera seguridad. Y el coste que generaba desplegar tan sólo un monje guerrero requería de muchas riquezas. La mayoría de tierras conquistadas ya estaban dedicadas a sufragar los importantes gastos de mantenimiento de la orden. Necesitaban nuevas vías.

***

Esta ha sido la primera sesión en la que hemos jugado material original mío. Vamos, que la campaña es lo bastante flexible como para permitir, incluso animar, a la inclusión de tramas secundarias ajenas a la principal, sin que esto menoscabe lo más mínimo su desarrollo. La sesión pareció ir bien.

En la sobremesa que siguió al juego, me decidí a preguntar a los jugadores que les iba pareciendo la campaña hasta el momento, y qué les gustaría ver más, o menos, por donde querían que fuese la cosa. Me costó decidirme a preguntar estos temas, porque, aunque son necesarios, hay que estar seguro de querer oír las respuestas, por muy negativas que éstas sean.

Afortunadamente este no fue uno de esos casos. Parece que la campaña está gustando. Sólo hay un problema, y es la excesivo peso que recibe el PJ perteneciente a la Hermandad de la Espada (Adam), frente al resto (Zemvalids y Tekla). Yo mismo había llegado a considerar esa situación, pero las palabras lo han puesto de manifiesto. Bueno, creo que el diagnóstico ha sido lo bastante temprano como para tratar al paciente a tiempo. Hay que hacer algo para repartir más peso entre los personajes. Zemvalidis está inmerso en su tarea de enriquecer Ascheradan, y tal vez a sí mismo, de paso. Y Tekla, bueno, alrededor de Tekla van a ocurrir muchas cosas.


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